La Maternidad: Un proceso de aprendizaje que se prolonga durante toda la vida
La maternidad no es un hecho
puramente biológico. Una mujer no se transforma en madre en el momento de
parir. La maternidad excede lo biológico, porque vivimos inmersos en la
cultura, atravesados por la historia colectiva de nuestra sociedad y por la
historia familiar individual de cada uno.
Desde ese marco se proyectan
expectativas, mandatos e ideales sobre el lugar y la función que la madre debe
ocupar, los cuales muchas veces guardan gran distancia con lo que sucede en el
encuentro concreto de esa mamá con su bebé.
Allí surgen las preguntas, dudas,
angustias y ansiedades características en el inicio de la maternidad, porque
todo lo que sucede en ese momento es novedoso, intenso y urgente. Por eso
podemos pensar a la maternidad como una crisis vital y evolutiva, al modo de la
adolescencia, ya que conlleva cambios emocionales, hormonales, corporales, y
una modificación de la identidad propia.
Ser mamá no es un hecho instintivo
natural, sino un trabajo de aprendizaje, un proceso que se extiende desde el embarazo, el puerperio, los primeros meses
de vida del bebé, y se prolonga durante toda la vida.
En ese primer tiempo, tanto el bebé
que acaba de nacer como su mamá, necesitan de un contacto constante, se produce
lo que llamamos un estado fusional entre ambos, necesario y fundamental
para la construcción de una base segura
y confiable, que garantizará la instalación de un vínculo saludable.
También es importantísimo el papel
del entorno próximo en estos primeros tiempos, debe ser estable y brindar
sostén a la díada madre-bebé, favoreciendo el apego entre ambos. La mujer en
proceso de maternaje debe contar con un entorno que la contenga para que ella a
su vez pueda ser sostén para su hijo, quien se encuentra en estado de
dependencia absoluta. La madre debe
estar allí disponible física, psíquica y emocionalmente, para poco a poco ir
conociendo a su hijo, conectando con él, interpretando sus necesidades,
acudiendo a sus demandas, acomodándose a los ritmos del bebé, hasta encontrar
el equilibrio en ese vínculo de amor
oceánico y fusional del primer tiempo, que es condición para la subsistencia de
ese nuevo ser.
Maternar es el acto de amor más
genuino y generoso de la vida. Es un
aprendizaje constante y singular: no todas las madres son iguales, ni todos los
bebés. Cada una deberá encontrar su estilo y modalidad en el vínculo cotidiano
que vaya construyendo con su hijo, para
que sea una etapa disfrutable y para que se constituya como base confiable y
segura para su crecimiento y desarrollo posterior.
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