Hasta cuándo en la cama grande?
Muchas
veces se decide colechar con el objetivo de beneficiar la lactancia y evitar el
desgaste para la mamá de levantarse tantas veces durante la noche, de allí que
sea más
usual que los bebés o niños dentro de la
primera infancia sean quienes duermen en la misma cama con sus padres. Pero en
ocasiones esa situación se extiende en el tiempo y empieza a incomodar a los padres por diferentes motivos (sienten
invadida la intimidad, les resulta perturbador para el propio descanso, etc). De cualquier modo, que el
niño duerma en otra habitación implica cuestiones que exceden la comodidad: se
pone en juego la separación de la madre, la capacidad de autoregular las
emociones, el sentimiento de seguridad y confianza en el otro. Por eso, el
grado de maduración emocional que ha alcanzado el niño es más importante que su
edad cronológica, y apurar esos tiempos muchas veces termina siendo
contraproducente.
En general los padres tienen expectativas poco realistas
sobre el sueño de sus hijos y creen que deberían dormir “bien y de corrido”
desde muy pequeños. Se pierde de vista que la cría humana nace prematura (en el
sentido de que necesita del otro para sobrevivir), y estar cerca de sus padres
le aporta la seguridad que lo hace sentir en calma para poder conciliar el
sueño. Decirle “mirá que linda habitación tenés, ahora tranquilízate que no
pasa nada y dormite”, cuando el niño está llorando porque se siente con miedo,
indefenso y sólo, no será muy efectivo. Hay que crear distintas estrategias
para no caer en situaciones forzadas que sólo generan más temor y sufrimiento.
Qué hacemos?
Cuando hay una decisión consensuada entre los padres de
que es momento de que el niño duerma en su propia habitación, la clave es ser
flexibles y pacientes. Dependiendo de la edad, puede elegir la decoración de su cuarto, sus muebles, y
acordar en familia cuando empezará a dormir allí (con frecuencia empieza siendo
el espacio donde juegan o sienten como propio durante el día para sólo después
de un tiempo adoptarlo como el lugar donde duermen), sabiendo que seguramente
muchas veces necesite volver a la cama de mamá y papá o que le hagan compañía
en su habitación, y hay que estar disponibles para esos desvelos, para que
sientan que no es un destierro, que pueden volver muchas veces si eso les da la fuerza y
confianza para luego alejarse. Por supuesto, dejar una pequeña luz encendida,
las puertas abiertas, leerle cuentos antes de dormir, el beso de buenas noches,
el vasito de agua en la mesa de luz y el claro mensaje de que si nos llaman en
medio de la noche acudiremos rápidamente, forman parte de rituales que cada
familia instalará según su estilo, y que aportan la seguridad que el niño
precisa para dormir solito.
Para
poder separarse de su madre, el niño debe estar seguro del vínculo que tiene
con ella, confiar en su disponibilidad. Sólo asi podrá descansar tranquilo,
cuando haya internalizado que el mundo no es un lugar peligroso y que cuenta
con un otro que siempre acudirá a su llamado.
Lic. Gabriela Nelli - nota publicada en revista Nacer y Crecer, diciembre 2017.-
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