El juego



Cuando vemos jugar a nuestros hijos es inevitable que se nos dibuje una sonrisa: nos transmiten una sensación de libertad y alegría incomparables. Ellos pueden inventarse un mundo nuevo y transformarse en otros con tanta facilidad que muchas veces nos cuesta dar crédito a su capacidad imaginativa.


     La importancia del juego en los niños

Mientras juegan aprenden, ensayan respuestas propias a sus preguntas, maduran, se divierten, elaboran lo que les resulta problemático, se conocen y conocen el mundo que los rodea. Jugar es y ha sido siempre un hecho natural, un elemento vital para la infancia, porque constituye una actividad esencial para el desarrollo físico, emocional e intelectual de los chicos.

El juego es cosa seria

Los niños juegan todo el tiempo: cuando están solos, cuando están con otros, cuando comen, cuando hablan, cuando se bañan, cuando caminan, cuando observan a los demás, cuando les pedimos algo, cuando nos llaman, cuando aprenden, cuando nos parece que están distraídos. Juegan aunque nosotros no nos demos cuenta. Juegan en la interacción constante con la realidad, y así van convirtiendo cada experiencia en otras diferentes, en modelos para las que vendrán, armándose de ese modo un bagaje de posibilidades diversas para atravesar sus vivencias cotidianas.

Toman muy en serio su juego y se involucran profundamente en él, porque esa es su ocupación preferida y más intensa. Los niños juegan naturalmente, necesitan hacerlo. Es que jugar no solo les permite disfrutar, sino que además les da la posibilidad de exteriorizar sus emociones, alegrías, miedos, inquietudes, angustias y necesidades. El juego se define como tal siempre que resulte una actividad agradable y voluntaria que el niño realice por propia iniciativa y que le genere tanto interés que lo lleve a comprometerse con todo su ser.

Por qué juegan los niños?
El juego es la actividad infantil por excelencia. Un niño que juega es un niño sano. Los chicos juegan porque es natural y espontáneo hacerlo. Disfrutan haciéndolo, no buscan un resultado o un fin preciso, por eso un juego puede cambiar de rumbo incontables veces. La satisfacción está en la actividad misma, allí donde sienten que dominan el mundo a su antojo. Es que jugar no es un mero pasatiempo, sino que constituye una fuente inagotable de placer, alegría, descubrimientos, desafíos y satisfacciones, que permite el crecimiento equilibrado del cuerpo, la inteligencia, la afectividad y la sociabilidad. Por eso es importante no coartarlo ni condicionarlo.

El despliegue de la fantasía puede resultar a veces incomprensible para los adultos, y ahí corremos el riesgo de caer en actitudes que minimizan el valor del juego, o lo interrumpen en función de necesidades propias. Cuando los chicos tiran la comida al suelo para que la levantemos están probando que podemos desaparecer y aparecer, los amigos imaginarios llegan cuando los necesitan y se quedan a pesar que les expliquemos que no existen, porque ellos saben cuándo hacer que se vayan tal como llegaron, y aunque la espada sea de cartulina ellos son valientes caballeros y así habrá que tratarlos mientras la empuñen. Creer en lo que inventaron, valorar su fantaseo, darle lugar al juego sin desmerecerlo y favorecer su despliegue les permitirá desarrollar libremente su personalidad sintiéndose seguros y acompañados.

Cuándo empiezan a jugar?

Los niños juegan desde muy temprana edad, incluso antes de que podamos darnos cuenta. En un principio el juego tendrá que ver con las sensaciones: los bebés emiten sonidos repetitivos, modificando el volumen o la tonalidad y regocijándose con ello. Juguetean con el pecho de la madre mientras son amamantados, o con sus propias manos, con sus pies, disfrutan del movimiento que van descubriendo. A medida que crecen empiezan a involucrar al otro, a convocarlo, y el movimiento corporal cobra cada vez más relevancia. Van aprendiendo a controlar sus cuerpos, conociendo sus alcances y limitaciones.

Hacia los 2 o 3 años es el apogeo de la adquisición del lenguaje, se inicia el juego simbólico, que va ganando terreno al juego puramente motor. La fantasía es el recurso por excelencia de esta etapa, donde los
niños despliegan toda su capacidad simbólica para crear ficciones. Disfrutan de preparar escenas y representar roles: juegan a las visitas, al doctor, al vendedor, a las princesas, a los superhéroes, a la mamá y el papá, etcétera. A veces prefieren no involucrarse en la representación de un papel, y eligen juegos donde cuenten con material de apoyo, como los de construcción con cubos, bloques y ladrillos, dejando que el rol principal lo tengan los muñecos. Es el momento de mayor despliegue creativo, donde generan y resuelven conflictos, arman y desarman teorías, ensayando respuestas a todas las preguntas e inquietudes que aún no pueden procesar. Así van ampliando y enriqueciendo su capacidad de simbolizar, hasta llegar a la etapa de los juegos reglados, alrededor de los 8 años, que supone la adquisición de los recursos necesarios para desarrollar el juego dentro de normas preestablecidas, satisfaciendo el impulso competitivo y pudiendo asumir tanto los resultados adversos como los positivos.

“dale que soy…”

Con el inicio del juego simbólico se despliega el maravilloso mundo de la fantasía, todo empieza a ser como si… Entonces se nos vuelve habitual escuchar en el juego de nuestros hijos: hacemos que soy…, dale que ahora somos…, y ahora esto es… Así las sillas se transforman en barcos, las mesas en altas torres, construímos castillos con almohadones, una rama puede ser espada o varita mágica, y el repasador en uso capa de superhéroe. Es que ponerse un disfraz de princesa no es lo mismo que ser una princesa, con los tacos de mamá, la corona de cartón y la reverencia suave antes de iniciar el baile. Los chicos pueden jugar sin juguetes, porque su imaginación y el propio cuerpo son material suficiente para crear una realidad diferente, la realidad lúdica, donde cualquier objeto cotidiano sirve como base para poner en marcha su capacidad simbólica y ser otros en contextos imaginarios.

El jugar de los chicos en esta etapa está dirigido por un deseo fundamental: ser grande y pertenecer al mundo de quienes representan sus ideales. Juegan a ser otros: piratas, princesas, médicos, policías, maestras, monstruos, hadas, vendedores, superhéroes de tv o mamá y papá. Buscan imitar lo que ven en su cotidianeidad, o dramatizan realidades diferentes, a veces posibles y otras veces no tanto. Jugando a ser otros ensayan diferentes roles, con distintas características, y van elaborando conflictos que de otra manera los llenarían de miedo o que simplemente no llegan a comprender cabalmente como para enfrentarlos e implementar una solución. En este sentido podemos decir que el juego cumple también una función adaptativa, permitiéndole al niño tomar distancia de los límites que le impone la realidad y de lo que le resultó displacentero, para elaborarlo en el plano de la ficción. Así poco a poco puede ir identificando y regulando las emociones propias a la vez que reconoce las ajenas.

En la etapa del juego de roles se inicia el proceso de identificación, donde los chicos comienzan a delinear las características de su personalidad futura en base a sus ideales. Van buscando, probando, haciendo, ensayando, eligiendo, porque jugar no es simplemente pensar o desear. Jugar es hacer, es una actividad fundante y creativa. En el jugar el niño se produce, se define como tal, proyectándose al adulto que será.

Los adultos jugamos?

El juego de los adultos generalmente se circunscribe al juego reglado. Es que nuestra capacidad de fantaseo ya no es tan rica, y tampoco se ajusta a las pautas socioculturales que juguemos como niños. Sin embargo aún podemos jugar con ellos, dejándonos llevar por lo que nos proponen y sacando a relucir nuestra creatividad.

Puede que nos resulte un tanto extraño, incomodo, difícil, o que sintamos que estamos perdiendo tiempo, pero jugar con nuestros hijos es la manera más directa de entrar en relación con ellos, porque si bien el juego es el
lenguaje natural del niño, necesita del otro, que con su presencia propicia el intercambio y le presenta el juego como una actividad de encuentro. Para llegar a ese encuentro mediatizado por lo lúdico, el adulto tendrá que asumir una actitud disponible y activa, que le permita tomarse en serio el juego, involucrarse en él, y permitir que sea el niño quien marque el ritmo, porque si quienes estamos encantados con el juego y dirigiendo qué hacer somos nosotros y nuestro hijo se está aburriendo o se fastidia, hemos perdido de vista la intención inicial.

El juego dirigido no suele ser lo que los niños eligen. En muchas propuestas adultas prevalecen los intereses de los mayores, ya que a veces preferimos que los chicos no se ensucien, no molesten, no hagan ruido, no rompan ni manchen nada, que estén quietitos, entonces aparece la propuesta salvadora de 24 horas de programación infantil en televisión, o los videojuegos y pantallas en cualquiera de sus variantes. Pero eso no los ayuda ni habilita todos los beneficios que el juego genera.

Las condiciones ideales de juego para los niños se dan cuando el adulto posibilita tiempo y espacio para el juego libre, teniendo en cuenta sus intereses, necesidades y preferencias. Espacios donde se puede crear, transformar, moverse, con diversidad de materiales a disposición, con propuestas abiertas que sugieran pero no condicionen, propiciando el despliegue de la imaginación. Tiempos sin prisa, claros, cotidianos; tiempos para compartir y para estar en soledad cuando es necesario, tiempos para hacer y para no hacer, para comunicarse, acompañar, para dejarse llevar, elegir, decidir a que jugar, y cambiar.

A jugar!

El pediatra y psicoanalista inglés Donald Winnicott, afirmaba que el juego es una experiencia siempre creadora. El individuo descubre su persona sólo cuando se muestra creador. Y realmente es así: al jugar el niño se crea a sí mismo, se conoce, se define, se adapta a su entorno y se muestra tal cual es. Crea y recrea el mundo.

Cuando los adultos jugamos recuperamos nuestra capacidad creativa: creamos un espacio diferente para compartir con nuestros hijos, y si nos entregamos al juego que ellos nos proponen también recuperamos la alegría de la espontaneidad.

Aprovechemos cada momento y juguemos con los chicos!, que el cansancio por el largo día de trabajo y el malhumor desaparecen cuando podemos asistir al mundo de fantasía que ellos nos proponen.

Lic. Gabriela Nelli -Nota publicada en 
revista Nacer y Crecer - n°84- Julio 2013

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