La crianza ayer y hoy
El eje de la nueva crianza es reconocer las
necesidades del bebé, aprender a interpretar sus mensajes, a entender qué le
pasa, qué pide, sabiendo que el amor es una necesidad tan básica como el
alimento, la higiene y el sueño. Afortunadamente, se ha pasado de criar a los
hijos según lo que los padres quieren que sean, a hacerlo de acuerdo a lo que
ellos son, respetando sus deseos y potencialidades. Hoy cada familia
sostiene su propio modelo de crianza apoyado en valores e ideales particulares,
pero desde una perspectiva histórica
criar no fue siempre igual.
Durante varios siglos imperó la idea de que un excesivo contacto físico
con el bebé resultaría perjudicial para su desarrollo. El cariño y la
demostración de afecto producirían niños débiles,
inseguros y enfermizos. Los modelos de
crianza estaban atravesados por el abandono, el rechazo emocional y la
instrucción como objetivo principal. Sin embargo, aunque paulatinamente la
dimensión del amor fue ganando terreno en el cuidado de los hijos, hasta hace poco menos de medio siglo se
consideraba que a los bebés no había que hacerles upa porque se malcriaban, la
leche de fórmula era mejor que amamantar, debían dormirse solos promediando los
2 meses, y si lloraban la regla era que lo hicieran hasta cansarse, para que se
fortalezcan y no nos “tomen el tiempo”. Cubrir las necesidades fisiológicas era
lo esencial: cambiarlo, alimentarlo y dormirlo; aún no era un saber extendido y
aceptado el hecho de que los recién nacidos tuvieran otras demandas.
Por otra parte, primitivamente se criaba
en tribu, los hijos eran hijos de todos, y permanecían largo tiempo en contacto
cercano con sus madres. Las mujeres de la tribu constituían un círculo de
confianza y cuidado tanto para el recién nacido como para su madre.
Pero hoy no tenemos
aldea, ni comunidad, ni vecindad. A veces tampoco familia extendida. Hace falta
esa red de apoyo, contención y confianza adonde acudir, porque muchas veces la maternidad trae aparejada
una sensación de soledad y desamparo que angustia. Una mamá extremadamente
cansada, triste o agobiada no puede ser
sostén para su bebé, necesita de otros que la sostengan a ella. Lamentablemente
los círculos femeninos han ido desapareciendo:
porque la sociedad actual empuja al individualismo y la autosuficiencia, porque
establecer lazos de confianza es cada vez más difícil, porque se trabaja muchas
horas y no queda tiempo para el encuentro, porque la edad de la maternidad se
alarga o se pospone indefinidamente, lo cierto es que las madres de hoy en día se encuentran más solas que las de antes.
En general, nuestras abuelas o incluso
nuestras madres, se dedicaban casi exclusivamente al cuidado de los hijos y el
hogar, y lo hacían juntas. La crianza de los niños era llevada adelante por
mujeres, esa era la tarea femenina por excelencia. El hombre sólo se encargaba
del sostén económico, de imponer los límites y restablecer el orden: “ya vas a
ver cuando llegue tu padre!” era una frase que se escuchaba hasta el hartazgo y
resultaba sumamente eficaz ante el caos del momento.
Las mujeres más experimentadas
(abuelas, tías, la propia madre) eran la voz autorizada frente a las dudas o
inquietudes de la mamá reciente, y estaban allí dispuestas para ocupar un rol
preponderante, valiéndose de su mixtura entre tiempo disponible, experiencia y
cariño incondicional. Pero hoy en día las abuelas ya no son viejitas candorosas
que cuentan cuentos, tejen, dan consejos sabios y no hacen más que cocinar
delicias para sus nietos. Las abuelas actuales trabajan, tienen una activa vida
social, viajan, y sobre todo, fueron criadas y criaron de modos bastante
diferentes a los de hoy, lo cual muchas veces genera más choque que comprensión
a la hora de hablar del estilo con el que son criados nuestros hijos.
Por eso es cada vez más frecuente la necesidad del apoyo
externo, ya sea en grupos de juego,
consultas de orientación, talleres para
padres o grupos de crianza. Lo que se busca no sólo son nuevos recursos o
información, sino fundamentalmente el encuentro con pares que transiten etapas
similares y puedan tener puntos de vista comunes respecto a la crianza. Contar
con esos espacios posibilita que las mamás recientes se sientan acompañadas,
pudiendo en ese intercambio, comprender y aceptar sus estados emocionales
ambivalentes, repensando en voz alta y con otros la situación que atraviesan.
Porque cuando la tarea de criar se presenta complicada, compartir es un recurso que permite ampliar la mirada, afianzarse en
el nuevo rol y ganar seguridad, sumando en ese camino nuevos lazos de confianza
que acompañan y contienen.
Publicado en la columna de Maternidad y Crianza,
en la revista NACER Y CRECER de Agosto(n°85)
en la revista NACER Y CRECER de Agosto(n°85)
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