La Comunicación de los Límites



“Este chico no tiene límites” es una frase que se escucha a menudo, “le digo todo el tiempo No y es lo mismo que nada” suele ser el argumento que le sigue. Será el No constante una forma de poner límites? Puede alguien no tenerlos en absoluto? Los límites son necesarios en todos los órdenes de la vida, son parte de un contrato tácito que hacemos por el sólo hecho de vivir en sociedad, y el modo más eficaz de transmitirlos es en actos congruentes con nuestro decir.

Límite no es una mala palabra
Muchas veces los padres parecen sentir miedo de perder el amor de sus hijos si marcan los límites, o temen abrir un conflicto con ellos y entonces prefieren quedarse en la comodidad de una actitud pasiva, delegando toda responsabilidad en los educadores o  las instituciones sociales. Pero  la autoridad no es una mala palabra, y el “vale todo” evita enojos en el momento pero genera enormes frustraciones futuras. Ser padres implica una gran responsabilidad y es fundamental asumirla con todo lo que conlleva: cuando el amor está en la base, los enojos son pasajeros y también necesarios, hay que darles lugar, dejando en claro que ese enojo es válido, pero que también lo es el límite que lo motivó. Es importante comprender que los límites son una parte insoslayable de la crianza, porque dan el  marco de contención y seguridad que los niños necesitan.

El límite es una marca, un organizador, un primer paso que introduce la ley. Poner límites no es reprimir ni  manipular;  es orientar, dar un marco de seguridad, mostrar lo que está permitido y lo que queda prohibido. Claro que no siempre resulta una tarea fácil y por momentos incluso puede ser dolorosa, pero desde el lugar de padres no debemos perder de vista que somos los encargados de comunicarlos, explicarlos y sostenerlos, porque acompañar a nuestros hijos enseñándoles el valor de los límites es darles herramientas para que aprendan a respetar a los demás y también a hacerse respetar.

Los límites se construyen
Seguramente a un bebé en plena actividad exploratoria lo vamos a dejar chupetear su mantita, los juguetes blandos preparados para eso, la cuchara con que empieza a comer, etcétera, pero no le permitiremos llevarse a la boca un objeto pequeño que le represente un peligro. En ese punto le diremos “no”, lo pondremos lejos de su alcance y le ofreceremos algo más apto, explicándole de un modo sencillo el motivo. A un niño más grande que quiere soltarse de nuestra mano para cruzar sólo la calle también le diremos “no” con firmeza y con argumentos claros, adelantándole que cuando sea más grande ya podrá hacerlo, pero que aún no está preparado. Todos los niños son capaces de comprender, aceptar y acompañar estas situaciones siempre que se les transmita el por qué y se les presenten elementos que den contexto al No. Los límites se irán construyendo paso a paso, entre el ceder y el prohibir, acercando posiciones y generando acuerdos que puedan ser cumplidos por ambas partes, siempre en concordancia con la etapa de crecimiento que esté atravesando el niño.

El límite arbitrario, caprichoso, y que responde sólo a las necesidades del adulto, resulta ineficaz. Los límites  claros, lógicos, justificados y transmitidos en un ambiente calmo propiciador del diálogo pueden ser escuchados y aceptados con mayor facilidad, porque además de qué decir, hay que considerar cómo y cuándo hacerlo, ya que no todos los modos ni los momentos son oportunos. Si los padres pueden dialogar y acordar entre ellos acerca de lo que consideran positivo y negativo para sus hijos, respetándose y acompañándose en esas decisiones, la transmisión de los límites será armoniosa, y aunque la transgresión es parte fundante de su internalización, los chicos podrán incorporarlos con naturalidad y construir así su propio esquema interno de lo que sí y lo que no, creciendo bajo la premisa del respeto.

Para tener en cuenta a la hora de decir No
=Utilizar palabras amables y un tono cálido no quita valor ni firmeza al mensaje, y será recibido más positivamente que si apelamos al grito, al “es no porque yo lo digo” o al castigo.
=Decir a todo que No es lo mismo que decir a todo que Sí, se vuelve una constante y pierde su valor, generando un campo uniforme e indefinido que deja al niño bajo el peso de organizar sus propias acciones, algo para lo que aún no tiene los recursos suficientes.

=El No debe estar acompañado del Sí que habilita otra posibilidad (“ahora sos muy chiquito para cruzar sólo, es peligroso para vos. Cuando crezcas un poco más voy a empezar a enseñarte hasta que estés listo para poder hacerlo”), de lo contrario el No adquiere dimensión de privación absoluta.
=El límite debe poder sostenerse en el tiempo y en los hechos a la vez que ser flexible, sin contradicción entre el mensaje verbal y el fáctico, o entre lo que dice mamá y lo que dice papá.
 
 

Lic. Gabriela Nelli
Nota publicada en revista digital ReCreo 7.24, en julio de 2016.

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