Ser mamá
Ser Mamá - Nace
un bebé. Nace una madre
Se dice que cuando nace un bebé también nace
una madre, sería algo así como un nacimiento doble, según plantea el psiquiatra
y psicoanalista Daniel Stern. Pero existe una diferencia fundamental entre
ambos: el momento del alumbramiento es un hecho concreto, que queda inscripto
en la memoria y en los papeles con fecha, lugar y hora, plasmado en ese nuevo
ser que llega a la vida. En cambio el nacimiento de una madre no es tan
fácilmente ubicable en el tiempo, no se produce cuando el bebé asoma al mundo,
llora o toma teta por primera vez. Es un trabajo gradual que empieza a
anunciarse con la llegada del deseo de ser mamá, y se afianza en la gestación y
en los meses que preceden y siguen al momento inaugural por excelencia: el
parto. En ese tiempo la mujer va experimentando infinidad de cambios: se altera
su orden de prioridades, el cuerpo se transforma, las emociones afloran
inesperadamente, lo intuitivo despierta, la mirada sobre el mundo se modifica y
la mirada de los otros sobre ella también. Antes era una y ahora es dos… Entonces empieza a darse cuenta
que todo eso es para siempre, y la sensación de extrañeza es inevitable. Sale a
la superficie un saber que no se sabía
que estaba, surgen preguntas que nunca antes esbozaron ser formuladas, la mujer
fluctúa entre la plenitud y el temor: al
fin llegó el momento tan esperado! Y
ahora qué hago? No es como me imaginé,
estaré preparada? Seré una buena madre? Mi cuerpo no era así! Estoy tan feliz!, por qué entonces me siento
mal? Volveré a mi vida habitual?
El ejercicio de la maternidad está plagado
de dualidades. Implica pérdida por un lado: el lugar de hija, la mujer que era,
el cuerpo que no es ni será el mismo, a la vez que ganancia: el descubrimiento
de fortalezas insospechadas, la posibilidad de ser una mujer distinta, la
potenciación de la capacidad creativa, el incomparable modo de amar desconocido
hasta ese momento. Es que la maternidad es una crisis vital que conlleva un
profundo cambio de orden personal, incidiendo además en la dinámica establecida
en el grupo familiar y en el entorno cercano. La mujer deberá atravesarla desde
esa nueva función, adonde se conjugan los avatares de su propia historia
familiar, sus ideales y fantasías, su estilo de personalidad, su situación
presente (conyugal, social, laboral, afectiva), y las vicisitudes que surgen en
el encuentro con su bebé, al que apenas está conociendo y con quien comparte lo
novedoso, urgente e intenso de esa relación vital que los une.
Es importante comprender que no hay madres
buenas y malas, ni de la panza o del corazón. Hay madres, cada una en su
singularidad y con cada hijo. Todas las mujeres son poseedoras de un cúmulo de
actitudes y conductas intuitivas que comúnmente ignoran, pero que al
convertirse en madres ponen en juego espontáneamente. Valiéndose de ese saber
inconciente, ancestral, de lo más primitivo que la habita silenciosamente, la
mujer opera la función de maternaje inicial, base del proceso de aprendizaje
constante que comenzará a recorrer.
Porque la mujer que elige ser madre se
convierte en otra diferente, se enriquece, e inicia un camino de aprendizaje
que se prolongará durante toda la vida. Transitará cotidianamente dificultades,
satisfacciones, desafíos, errores, culpas, aciertos, lágrimas, risas, enojos,
noches en vela, siestas “a upa”. Conocerá la magia de los cuentos repetidos, la
ternura de los abrazos eternos, de los besos con mocos, de las galletitas
chupadas. Se hará el tiempo para compartir momentos de juego, de estudio, de
acompañar, de contener, de disfrutar juntos, de conversar, de escuchar.
Descubrirá que su fortaleza no tiene límites, que el dolor propio duele mucho
menos que el del hijo, y que la felicidad puede estallar sólo con su sonrisa, su voz nombrándola o al mirarlo
mientras duerme. Aprenderá a creer en hadas, magos y duendes, a arrullar
suavecito, a cantar bien fuerte, a explorar sus profundidades, a poner límites,
a perdonar transgresiones, a hablar aunque parezca que no la escuchan, a callar
aunque el corazón grite, a alentar sueños, a sostener y a soltar cuando sea
necesario.
Porque ser mamá es experimentar
intensamente el amor más genuino que pueda existir. Es el acto más creativo,
generoso, importante y gratificante de la vida.
Instinto
Materno
Es frecuente la
suposición de que las mujeres tenemos un instinto maternal dado que nos permite
saber exactamente qué debemos hacer al tener un hijo, ¿pero existe realmente
tal instinto?
La maternidad está ligada al orden de la
naturaleza en tanto somos mamíferos, pero nuestra calidad de seres humanos nos
enlaza al orden de la cultura, alejándonos del comportamiento netamente
instintivo para darnos la posibilidad de la duda, la elección, la voluntad y el
deseo.
Cuando una mujer
decide tener un hijo asiste a un redescubrimiento de sí misma, y vivencia el
despertar de un saber intuitivo que ya poseía. Pero puede suceder que lo
advierta y se apropie del mismo, o que directamente no lo registre,
privilegiando lo que imponen las voces de quienes la rodean antes que la propia
voz interior.
Es decir que todas las mujeres poseen un acervo de
actitudes intuitivas que desconocen, un saber inconciente, ancestral, anclado
en lo más primitivo que las habita silenciosamente, el cual puede activarse al
momento de convertirse en madre o permanecer en lo más oculto de su ser.
Cuando un bebé
nace compele a su madre a
poner en juego ese saber instintual espontáneamente, para ser cuidado,
sostenido y poder sobrevivir. El bebé real, en brazos de su madre,
es el encargado de activar esa función vital de maternaje, pero dependerá de la
historia personal de esa mujer que su capacidad para amarlo despierte
naturalmente o no.
La disponibilidad de cada mujer
para proteger y amparar a su hijo está íntimamente ligada a la historia
emocional inscripta desde su lugar de hija, de niña, de madre fantaseada,
variables de las que generalmente no hay un claro registro pero que tienen
fuerte incidencia en el ejercicio de la maternidad. De todas maneras, la
función maternante puede desarrollarse con el tiempo y aprehenderse a partir
del apoyo, la contención y la guía de referentes externos que la ayuden a
posicionarse saludablemente en su lugar de mamá, permitiéndole en ese proceso
reconciliarse con su propio pasado para despegarlo de su actualidad con su
bebé.
Porque la mujer que elige ser madre se transforma en otra, con necesidades y
prioridades diferentes, se redescubre, redefine su identidad, e inicia una
travesía de aprendizajes y experiencias que enriquecen su vida.
Y
no importa si el enamoramiento entre una madre y su hijo se da en la primera mirada,
en el primer encuentro, o si requiere más tiempo para que se instale. La
posibilidad siempre está. La mamá y su bebé
tienen que conocerse mutuamente y a sí mismos, reconocerse, fusionarse
para luego separse, aprenderse y entenderse, encontrarse, adaptarse a lo
novedoso, urgente e intenso de
esa relación vital que los une. Porque
bajo cualquier circunstancia, maternar es un acto de generosidad sin límites
que requiere de una disponibilidad singular para amar y ser amada.
del libro "Familia, maternidad y crianza. Construyendo vinculos amorosos y saludables",
de Gabriela Nelli y Mariela Lopardo - Ediciones I Rojo.
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