Niños o padres impacientes?
A diario vemos mamás, papás,
abuelos, tíos, niñeras y cualquier otro adulto allegado a los niños,
fastidiarse, retarlos, amenazarlos y hasta ejercer violencia física ante la
queja repetida de “cuánto falta para…”. Pareciera que a los grandes nos cuesta
comprender el aburrimiento de los chicos cuando estamos en la cola del super,
del banco, del colectivo que no viene o de un cine. Es que estemos allí por
necesidad nuestra o en una salida que ellos eligieron, la espera siempre les
resulta interminable e insostenible.
Un niño pequeño no puede esperar tranquilo y paciente en ninguna
circunstancia porque aún no ha incorporado la noción del tiempo. No comprenden
cuánto es 10 minutos, ni 3 horas, ni 2 días, ni 1 mes. Debemos ayudarlos a
entender el tiempo de otra manera, ya que no tienen la capacidad de medirlo.
Por ejemplo les podemos decir: después de comer, después del día que tenes
gimnasia en la escuela, después del cumple de la abuela sigue el de papá y
luego el tuyo. Si vamos viajando en transporte público podemos decirles la
cantidad de paradas o de estaciones e ir contándolas juntos, y cuando la espera
se hace demasiado larga podemos aprovechar el momento para hablar de cómo le
fue en el cole, contar un cuento o cantar una canción que le guste.
Si sabemos de antemano que va a
haber una demora o que el plan puede no resultar muy interesante para nuestro
hijo, lo mejor es preparar un bolsito con juguetes, masa, libros y lápices, asi
cuando la novedad de la salida ya no capte su interés puede entretenerse con
algo conocido y de su agrado. De cualquier manera en algún momento va a reclamar
nuestra atención, por lo que tenemos que ser flexibles y estar disponibles ante
sus requerimientos, sin enojos ni recriminaciones. Con gritos y amenazas no
vamos a lograr que entienda el concepto de espera sino que vamos a aumentar su
fastidio. Muchas veces basta con hacerle
saber que entendemos su malestar, que nos pasa lo mismo cuando tenemos que
esperar, y pensar juntos alguna propuesta alternativa para más tarde que le
genere entusiasmo.
El estilo de vida actual nos ha
convertido en adultos impacientes y muy centrados en nuestras propias
necesidades. Desbordados por la inmediatez, pocas veces nos detenemos a prestar
atención a lo que el otro necesita, incluyendo a nuestros hijos. Ellos se
impacientan ante la espera demorada, se quejan, expresan su enojo. Nosotros
también nos impacientamos, pero atravesados por las normas culturales sabemos
sofocar nuestros impulsos, entonces descargamos la frustración sobre nuestro
hijo que no ha hecho más que manifestar lo que siente, funcionando como eco. Para
poder generar un cambio en esta situación debemos nosotros mismos reconocer
nuestras emociones, saber esperar y tener empatía con nuestros hijos, aprender
a ponernos en su lugar. Si nosotros no podemos ser
pacientes con ellos no esperemos que ellos aprendan a serlo. No olvidemos que
los niños aprenden de lo que ven, de nuestros actos. Tratemos de ofrecerles
nuestra mejor versión.
Nota publicada en Todo Infantil- Diciembre 2016.-
Comentarios
Publicar un comentario